Camino las cuadras hasta su casa como todos los días, el muertito atrás, atado a su espalda.
Revolvió las esquinas a ver si encontraba algo para llevar a su casa, para comer, para vender por monedas.
Se agacho en cada bolsa siempre con el muertito a la espalda. así lo llamaba ella, cariñosamente, porque el niño nunca se movía ni se quejaba de su destino. siempre atadito a su espalda.
Cruzó las fronteras de la autopista que separaban las luces de la gran ciudad de su barrio del suburbio.
El muertito a la espalda se acomodó un poco para pelearle al frío.
Ella pensó, tengo leche para el niño, mañana se verá, y entro a su casa por la cortina de arpillera.
Encendió un fuego para sentirse tibia, revisó los escasos víveres y puso a calentar agua para un caldo, amamantó al niño y lo durmió antes que llegara el hombre.
Sintió los pasos de él cruzando la zanja. lo recordó en el pasado, altivo, montuno, con esperanzas. La pobreza y el maltrato de la ciudad hicieron lo suyo , pensó. Un insulto y las palabras empastadas no anunciaban nada bueno.
""¿Qué hacés che?",fue el saludo.
"Un caldo, querés?", le respondió mientas atizaba el fueguito.
"Yo agua sucia no tomo", le respondió el hombre.
Agrego unos fideos de mañana y una galleta reservada para el desayuno para conformarlo.
Comieron en silencio, el niño dormido.
Se acostaron cerca para paliar el frío, a ella los huesos le dolían fuerte de tanto andar con el muertito colgado a su espalda.
"¿Qué juntaste? ", escuchó mientras resistía la embestida del hombre que una vez fue su compañero de desventuras hasta que lo perdió el vino y la vida.
"Poco", contestó ella.
Mantuvo el fuego encendido por el niño hasta que la venció el cansancio.
Se despertó con las primeras luces, el hombre todavía dormía su borrachera.
El fuego apagado hacía hielo del aire.
Se acordó de la panadera de al avenida, ésa que le daba ropita para el niño y una vez le dijo, "Porqué no te venís , aca trabajo sobra, atrás del horno hay una piecita, el niño no es problema".
Detrás del horno debe estar calentito.
Se acercó al muertito, el niño ya despierto la miraba fijo, los ojos negros clavados en los ojos negros de ella.
"Te llamás Salvador", le dijo al levantarlo, y arropándolo le susurró al oído, "y hoy de acá nos vamos."