Todos los días volvía del trabajo en el tren de oeste, apiñada, mal tratada se viajaba en ese tren, pero a ella le gustaba. no sabía porque pero el repiqueteo de los rieles le sonaban a bombos de su tierra.
Ya hacía 15 años que había dejado el monte y extrañaba tanto sentir el sonar de los bombos, los bombos son, decía su abuela que era sabia en su tribu, el corazón de la tierra.
Ella buscaba afanosa ese corazón en esta gran ciudad de bestia, pero no había caso, no se sentían, esa ciudad era una ciudad sin corazón para su gente.
Allá en monte había mucha miseria, un día su máma le dijo, te vas a tener que ir a buenos aires, a ver si allá conseguís una vida mejor que esta.
La ciudad sin corazón no es lugar para vivir, pensaba con los bombos del tren como música de fondo. Si cuando ella nació, su abuela, que sabía leer las señales de la madre tierra y los animales ,
Declaró que había nacido bien destinada. El caburé voló esa noche para despejar cualquier duda.
Bien destinada no era esto, pensó ella. Pero a veces la vida te trae tu buen destino un poco a destiempo se consoló.
Tampoco estaba todo tan mal, su casilla era de madera, otros vivían sin techo, o en casa de cartón,
Sus urgencias de mujer joven, sola y sin recursos le habían regalado dos wawitas que le daban cada mañana un poco de su monte en el negro azabache de su pelo y sus pupilas- De los padres ya casi ni se acordaba, total, ellos tampoco la recordarían a ella, pensó, qué más da, sus hijos llenaban su vida.
Los criaba con todo el amor que podía y la patrona la trataba bien, la ayudaba con sus hijos , les daba ropa y comida y asi pasaban sus días.
Sabia de otras chicas que la pasaban mal, negra bruta, india sucia, inútil, eran palabras corrientes en su trabajo, pero por suerte a ella nunca le había pasado. Si hasta la señora la dejaba faltar cuando sus niñitos actuaban en la escuela.
Pero ella extrañaba tanto su tierra, descalzarse, hundir los tobillos en el arenal, abrazar a su abuela antes que partiera, saludar a los ancianos, mirar el cielo verdadero, no éste de la ciudad, tan soso, tan poco estrellado, y los bombos, extrañaba tanto el temblor de los parches en su barriga,
Miro por la ventanilla pasar su barrio de chapas, cartones y niños sentados mirando hacia la nada, y se dijo, me vuelvo a mi chaco con mis niños, algo para comer tendremos y es preciso que ellos conozcan en su panza el sonido de los bombos.
Ya hacía 15 años que había dejado el monte y extrañaba tanto sentir el sonar de los bombos, los bombos son, decía su abuela que era sabia en su tribu, el corazón de la tierra.
Ella buscaba afanosa ese corazón en esta gran ciudad de bestia, pero no había caso, no se sentían, esa ciudad era una ciudad sin corazón para su gente.
Allá en monte había mucha miseria, un día su máma le dijo, te vas a tener que ir a buenos aires, a ver si allá conseguís una vida mejor que esta.
La ciudad sin corazón no es lugar para vivir, pensaba con los bombos del tren como música de fondo. Si cuando ella nació, su abuela, que sabía leer las señales de la madre tierra y los animales ,
Declaró que había nacido bien destinada. El caburé voló esa noche para despejar cualquier duda.
Bien destinada no era esto, pensó ella. Pero a veces la vida te trae tu buen destino un poco a destiempo se consoló.
Tampoco estaba todo tan mal, su casilla era de madera, otros vivían sin techo, o en casa de cartón,
Sus urgencias de mujer joven, sola y sin recursos le habían regalado dos wawitas que le daban cada mañana un poco de su monte en el negro azabache de su pelo y sus pupilas- De los padres ya casi ni se acordaba, total, ellos tampoco la recordarían a ella, pensó, qué más da, sus hijos llenaban su vida.
Los criaba con todo el amor que podía y la patrona la trataba bien, la ayudaba con sus hijos , les daba ropa y comida y asi pasaban sus días.
Sabia de otras chicas que la pasaban mal, negra bruta, india sucia, inútil, eran palabras corrientes en su trabajo, pero por suerte a ella nunca le había pasado. Si hasta la señora la dejaba faltar cuando sus niñitos actuaban en la escuela.
Pero ella extrañaba tanto su tierra, descalzarse, hundir los tobillos en el arenal, abrazar a su abuela antes que partiera, saludar a los ancianos, mirar el cielo verdadero, no éste de la ciudad, tan soso, tan poco estrellado, y los bombos, extrañaba tanto el temblor de los parches en su barriga,
Miro por la ventanilla pasar su barrio de chapas, cartones y niños sentados mirando hacia la nada, y se dijo, me vuelvo a mi chaco con mis niños, algo para comer tendremos y es preciso que ellos conozcan en su panza el sonido de los bombos.
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